EL ARRAIGO DE MI NIÑEZ
3. MOMENTOS DE SUSTO
3.
MOMENTOS DE SUSTO
Autor:
José Dolores
«Don Lolo»
Sequeira Romero
los zancudos.
En una noche de tantas sintió sed antes de irse a acostar y se fue a la tinaja a tomar agua. Cuando ella venía con la canfinera, vio una sombra, que se le metía adelante.
Recuerdo que en las travesuras grandes del río (desbordamiento), mi abuelita tenía la costumbre de que se quedaba zancudeando antes de ir a dormir: Con un trapo mataba
y la mona también salió corriendo, y los perros no le dieron tiempo a la mona de volarse al agua, sino que se encajó al tabanco de la cocina.
Se paró a observar y era una mona que estaba colgada de un travesaño de la casa y se estaba meciendo ahí. Entonces ella pegó el grito y salieron tres o cuatro perros,
entonces puso candiles en todas las esquinas de la casa y se puso a vigilar las gradas de la escalera con el machete en la mano, y los perros corriendo de un lado
Mi abuelito era valiente. No les tenía miedo a todas esas babosadas de creencias de brujería. Él se iba a subir, pero la abuelita no lo dejó. Se le plantó a que no,
más qué hacer sino lanzarse bungún al agua. Se salió por una esquina de la casa y los perros también se lanzaron tras ella. Se corrió y se fue.
para otro. ¿Se imaginan? Nadie pudo dormir. ¡Hasta yo me desperté! pero de seguro me volví a dormir. Resulta que, como a las cuatro de la mañana, la animala no tuvo
pasaba a dormir en la casa de ellos todo el tiempo. Una vez de tantas veces que pasó, en la noche sintió la necesidad de salir y hacer lo necesario y fue, como a cien
Recordando otra historia, allá un día había un señor que era el curandero del pueblo que vivía por la trinchera. Ese señor iba a Los Chiles y, cuando regresaba,
y entonces vuelve a ver así (con un gesto de extrañeza) y era una mujerona que estaba parada a la par de él, por atrás, y dice que él andaba un revólver.
metros, donde había una ceibona grande con enormes gambas. Ahí se sentó él a hacer lo necesario. Dice que estando él ahí, sintió algo que le tocaba la cabeza,
a su encuentro y le preguntaron:
– ¿Qué le pasó?
y él, a su vez, les contesta:
– No fue nada.
Ya llegado a la casa les dice a mis abuelos:
– “¡Cómo no me habían contado
Lo sacó y le hace pá pá. Le dio dos balazos. Mientras, los abuelos al escuchar los disparos, decían “¿qué le pasaría?”, saliendo rápidamente
a lo que el señor contesta:
– “¿¡Cómo que no!? ¡Ahí llegó a probarme!”,
y ya le contó la historia.
Mi abuelito era preguntón y le insistía,
“pero cuénteme”,
de que aquí tenían un vigilante en esta finca!”
A lo que mi abuelito le contesta:
– “No, nosotros no tenemos a nadie.”
envenenadas. La persona que pase por ahí (señalando el lecho del Caño Blanco) diciéndote adiós y va para donde mí, esa es.
Pasaron los días,
a lo que el señor le dice:
– Te voy a dar una pista. Esa mujer tiene que ir donde mí a pedirme remedio, porque si no se muere. Las balas de mi revólver están
Y la señora le dice:
– “Voy para tal parte, tengo un divieso que no se me quiere curar…” y que no sé qué y no sé cuánto.
Entonces concluye
y los días. Como a los ocho días iba un bote con una señora diciendo:
– Adiós Aurorita.
Y mi abuelita le contesta:
– Adiós, adiós. ¿Qué? ¿Para dónde vas?
es la misma que asustó a mi abuelita, en forma de mona.
También un buen susto me llevé como de trece años. Ya no vivía con mis abuelitos. De donde
la abuelita:
Esta es la bruja que quiso asustar al don aquel día, la cegua.
Se dice que el don curandero la curó y no se murió de los balazos, y se asocia de que
no se le metieran los chanchos y con muchos pedazos de madera altos. Los juntaba y los rellenaba con tierra y ahí sembraba chiles dulces, que por la llena podían
estamos ahorita, como a unos veinticinco metros, Barrito tenía su jardín como de quince metros de ancho por veinte de largo y con muchas varas para que
yo había hecho un viaje a Los Chiles de ida y vuelta el mismo día, en bote, a puro remo. Llegué como a las cinco de la tarde, bien asoleado. Comí y me acosté.
inundarse. En realidad, tenía buenas prácticas agrícolas, y relacionado con el jardín, me manda mi mamá a llevar unas flores de aquí.
Sucede que ese día
vayas a donde mis tatas a ver si pueden venir. Invitate a uno de tus compañeros para que vayan con vos y me traes unas flores de allá.
Ya, me levanté, y empiezo a
Quién sabe a qué horas de la noche mi mamá llega y toca la puerta, toc toc, “Hijo, hijo…” me llamaba hasta que me despertó y me dice:
– No ves que se me murió Rosita. Quiero que
casa, y resulta que los dos estaban con fiebre. No podían ir, y como mi mamá me había dicho de llevarle flores del jardín de mi abuelita, y como ellos no podían ir,
buscar los compañeros y ninguno quiso ir. No quisieron levantarse. Pensé “pues me voy solo”. Me voy al bote y me voy. Arrimo en donde mis abuelitos. Llego a la
pensé, y yo me restregaba las orejas porque yo me las sentía gruesas y heladas. Doy la vuelta y me voy para la casa sólo con ese poquito de flores. Tal vez fue la
entonces fui a recoger las flores en un guacalito. Llevaba un puñito. Estaba tranquilo y, de pronto, me entró un escalofrío raro, “juepucha, ¡qué me está pasando!”,
ceibón que tenía unas gambas bien grandes. Ahí se oían sonar y los perros ladraban, pero no se acercaban a la casa. Ahora en este viaje se escucha un sonido parecido
presencia del tigre, así como lo oímos muchas veces estando con mis abuelitos. Desde la casa, aproximadamente a ciento cincuenta metros había un
nancitón o pilón (madera para cuadro de casa) y lo pudieron ver.
En otra ocasión también tuve un encuentro no muy agradable. Mis abuelitos mantenían 30 a 40 vacas.
al tigre, y también en este viaje se oye un sonido seco, como uá uá. Recuerdo que allá en El Triunfo también lo escuché. Andaba con mis hijos y se subieron a un
Ciego y mi tío Santiaguito se los llevó para allá. Estando allá, mi tío me pidió:
– ¿Vos podés venir y apiar un poco de maíz de cuando en cuando de la troja de maíz que
Se metió un temporal de unos veintidós días a un mes y tuvieron que sacar las vacas al centro. No sé cómo hizo un contacto y compraron una finca en Puerto Nuevo de Caño
estaban esperando, y todos los chanchos se acercaban a la orilla donde iba a arrimar el bote. Allá un día, vengo a sonarles el bote con el remo y no se
queda?
Yo le dije:
– Sí, yo vengo.
Y el día que me quedaba más campo me venía a remo, me bajaba y con el remo golpeaba el bote, y ya los chanchos me
al rancho, y lo primero que veo: ¡restos de un chancho que se había comido el tigre! Doy la vuelta y para qué más… ¡me fui!
En esos tiempos que no había forma de
aparecía ningún chancho. Ya me puso en cuidado, pero nunca pensé que sería el tigre. Pensé “¡qué raro que los chanchos no estén!”. Ya bajé del bote, pero malicioso llego
Agarraron unos poquitos.
Con todos estos recuerdos digo yo “ME GUSTA VENIR AQUÍ”
comunicarse no recuerdo cómo le avisé que el tigre se estaba comiendo los chanchos. La cuestión es que él se vino, pero ya casi se los había comido casi todos.